jueves, 19 de noviembre de 2009

Pasión

No cabe duda que era ella. La miraba cada vez más cerca de donde me encontraba y hasta ahora no tenía las palabras correctas para comenzar una conversación normal. Su figura me perturbaba, hacía que cada parte de mi cuerpo sintiera una descarga eléctrica de nunca acabar. Sí, si se puede decir que estoy nervioso. No es normal poder conocer una chica tan bella como ella todos los días. Idee un plan mental de lo que iba hacer, lo más rápido posible, antes que apareciera enfrente de mi persona. Pero, era inútil las facciones de su cara, su cuerpo, sus caderas, sus piernas me sacaban de mi concentración. ¡Cómo la quiero, cómo la deseo! Si la tuviera a mi lado, haría maravillas con ella y no saben cuántas serían miles, muchísimas. No me quedaba mucho tiempo, se iba a ir, se iba a pasar de largo sin poner conocer, debía hacer algo al respecto, pero no se me ocurría nada. Como repito, su belleza me nublaba, era imposible pensar tanto estando ella presente. Solo le tomó 3 segundos en pasar por mi lado sin notar mi posible existencia en la banca que acababa de pasar. Baje mi sombrero para que tapara mis ojos. Estaba decepcionado de mi persona, yo sin poder hablarle a una mujer. Nunca.

Luego de reflexionar sobre mis actos, camino a casa un poco intranquilo, impotente. Llego a casa, entro, cierro la puerta, me baño, me cambio y leo a una obra de Vladimir Nabokov: Lolita. Humbert, el protagonista del libro, es un ser humano tan impotente, tan sensible, tan tonto como yo. Como no le va a poder hablar una niña de 12, es tan simple y yo que tengo que hablar a una de 30, no creerá Nabokov que eso es complicado. Mientras juzgo el final del libro, se me ocurrió una idea de la más descabellada. Es perfecta y peligrosa a la vez. Me encanta. No puedo evitar mostrar una sonrisa y luego lanzar una carcajada de locura o felicidad. Yo no sé. Pero, lo que sí se es que si no puede ser mía, no será de nadie. Veo mi reloj de mano, eran la 1:00 a.m., tiempo de dormir. Mañana será un gran día.

Amanecí temprano, suelo levantarme tarde, pero como hoy es un día especial, no podía darme ese lujo. No necesitaba lápiz y papel para plasmar mi asesinato. Todo es un proceso mental que ya lo tengo detenidamente bien memorizado. ¡No se imaginan la sorpresa que se va a llevar! Expresaba mi felicidad o locura en lo más dentro de mi ser, pero exteriormente mostraba un rostro serio. No quiero que nadie se de cuenta de mis emociones, eso me pone débil. Pasaba por el mismo parque, por la misma banca por la misma ruta, todas las noches. Estacione mi carro cerca del parque. Esta vez si lo necesitaba. Era muy fácil lo que voy a hacer hasta podía decir demasiado para mi gusto. Ya se acercaba la hora y yo ya estaba listo. Espere y espere. ¡Maldita sea, donde se encuentra! Odio esperar, quiero que esto termine rápido.

La divise ahí a lo lejos, sí era ella, por fin, se hizo acaso de rogar para venir a este parque. Pues claro, ella no iba a fallar y, ahora, yo tampoco. Su caminata era lenta, lentísima. Justo, hoy le ha dado ganas de caminar con esa paciencia, la cual carece mi persona. ¡Por favor, acércate más! Te juro que no dolerá en lo más mínimo. Sin embargo, su caminata seguía con una lentitud que me tenía nervioso y desesperado. En ese momento, no pude controlarme más, perdí la cordura. Corrí lo más rápido posible, me ubique atrás de ella sin que lo notara y antes que emitiera algún sonido, le rompí su cuello, matándola en el acto. No permití que su cuerpo cayera al suelo, jamás. Ahora me pertenece y la conservaré (sí, cambie mi plan, ya no importa). Por supuesto, la cargue de inmediato para que nadie notara que estaba muerta. Camine directo a mi carro y la lleve a mi casa.

Permanecí unos minutos con ella, hablando como si nos tuviéramos conociendo. Eso hubiera sido lo mejor para lo dos. Cuando termine, analice que tendiéndola mucho tiempo aquí en mi habitación, haría que perdiera su olor representativo y su inigualable belleza. No quería que ocupara mucho espacio en mi jardín, así que corte cada miembro de su cuerpo con tal exactitud que ningún carnicero lo hubiera hecho mejor. No deje ningún rastro de sangre alrededor. Cave el hoyo con una profundidad que no pasa el metro y medio. Ubique todas las partes de manera que ocupara todo el espacio y procedí a enterrarla. Cuando finalice, me sentí más tranquilo. Con esa serenidad me dije a mismo: “ya habrá más mujeres como ella que tendrán la oportunidad de conocerme”.

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